La pandemia del miedo

La pandemia del miedo

En abril de 2020, cuando comenzamos a vivir (y a hacernos conscientes) esta situación en la que estamos inmersos actualmente, escribí una pequeña reflexión. Hoy quiero volver a poner mi atención en ella.

El miedo es una de las emociones más primitivas que existen y tiene como objetivo maximizar las posibilidades de supervivencia que tiene un ser vivo. Le permite responder frente a las amenazas. El miedo puede ser muy útil si se sabe escuchar y sobre todo si le hacemos las preguntas correctas para entender cuál es la amenaza.

Nosotros no somos animales, en el más puro sentido de la palabra. Aunque originariamente provenimos del animal hemos desarrollado la razón como herramienta de vida y por lo tanto hemos dado un salto a la barrera biológica de la supervivencia. Si una persona se imagina la reacción de un animal cuando va a ser atacado por otro, porque va a ser cazado o porque debe defender su territorio visualizamos una huida. Esa huida pone en alerta a la presa y se inicia una carrera para alcanzar un objetivo: sobrevivir. En nuestro caso, puesto que ya no somos cazados literalmente por un depredador debemos entender qué tipo de amenazas nos acechan para poder utilizar la huida de una manera eficiente.

Las amenazas a las que nos enfrentamos en el día a día son muy variadas. Hay amenazas verbales, inseguridades, falta de recursos, fracasos, falta de reconocimiento, superioridad o inferioridad y estas amenazas aunque no nos hacen huir (alguna veces desearíamos ser una gacela y salir corriendo) literalmente, nos ponen en alerta. Fisiológicamente comenzamos a segregar todos los elementos químicos para generar la huída: el corazón aumenta el ritmo, la sangre se concentra en el corazón para poder tener un mejor uso de la misma, la boca se seca, respiramos más rápido… en resumidas cuentas, concentramos la energía para que no nos atrapen. A esto le llamamos respuesta simpática. El sistema nervioso simpático y todos sus colaboradores nos ayudan en esta tarea. Sin embargo, nos quedamos ahí. No huimos. No utilizamos esos cambios orgánicos de la activación simpática, sino que generamos una emoción ante la amenaza. Muchas veces no entendemos la emoción así que el resultado acaba siendo un cóctel explosivo. Y, ¿a nivel orgánico? Todos los residuos que generamos quedan en el cuerpo sin haber tenido una meta final y dejan huella. No hay un peligro inmediato por vivir esta situación, pero es interesante cuidar que no se repitan con mucha frecuencia o incluso que vivamos en ese estado constante de alerta.

Pues bien, hay maneras de gestionar este miedo al enfrentarnos a las amenazas. Podemos estimular el sistema contrario al de la huida, el sistema nervioso parasimpático. ¿Cómo lo podemos hacer? En el momento que sentimos que nos enfrentamos a una amenaza, que notamos como nuestro corazón comienza a acelerarse podemos iniciar una respiración lenta contando hasta 3 en la inspiración y hasta 5 en la espiración. Podemos caminar para que ese movimiento salga de una manera fluida. Si tenemos a mano un hueso de aceituna o algo duro comestible podemos introducirlo en la boca y concentrarnos en chuparlo. Poco a poco iremos notando como nuestra respuesta va tornándose suave y cómo ya no tenemos la necesidad de salir huyendo.

El miedo mal gestionado nos debilita y nos hace vulnerables física y emocionalmente. Aprendamos a gestionarlo.

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